miércoles, 4 de noviembre de 2015

El Problema como construcción moral

Antes de abordar el tema primero debemos definir el concepto de la palabra "moral".

Según Serrano de la Cruz (2013) ésta viene del latín mos-moris, que significa costumbre, modo de vivir, el carácter o la forma de ser tanto de un individuo como de una sociedad, aunque también alude a norma, precepto. Siguiendo así, a los antiguos romanos, vamos a definir la moral humana como el conjunto de normas que rigen la conducta de un individuo en una sociedad y las valoraciones que hacemos sobre actos humanos que consideramos desde la perspectiva de lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto.



Características de la acción moral

Serrano de a Cruz también indica que una acción humana para ser considerada de tipo moral tendrá las siguientes características:

es aquella que se realiza, ajustándose a un código o conjunto de normas y valores morales, las cuales designan lo que debe ser considerado como moralmente bueno o malo, egoísta o generoso, etc. Más adelante veremos en qué consiste un valor y una norma moral.

Este código moral no debe ser impuesto por la sociedad a las personas, sino que el individuo lo debe poder elegir libremente, por ejemplo, yo debo ser libre de elegir si acepto moralmente la eutanasia o no, no se me puede imponer mi forma de valorar ciertas cuestiones. Por este motivo, la moral es, sobre todo, una cuestión individual. Podemos definir la libertad como la capacidad de la voluntad humana para elegir y decidir.

El hecho de ser libre cuando actúo, es de total importancia a la hora de ser valorada moralmente una acción porque, si la realizo libremente, entonces soy responsable moral de lo que hago y de lo que dejo de hacer. La responsabilidad, es la obligación de responder acerca de nuestros actos. En este sentido, si las acciones de una persona se ajustan a las normas morales existentes en una sociedad, se la considera moralmente buena, etc. pero, si por el contrario, una persona conoce las normas y valores morales de una sociedad y, a pesar de ello, las transgrede, entonces estamos ante un individuo inmoral.

Decidir

Llegamos así, a una condición fundamental para que podamos juzgar si un individuo actúa moralmente bien o no, que sepa lo que hace, sólo de esta forma, podemos decir que actúa libremente y que, por lo tanto, es responsable de sus actos.

Efectivamente, a diferencia de los animales, que actúan movidos por sus instintos, el ser humano es un ser moral precisamente porque es racional, es decir, cuando actúa, sabe lo que hace, elige entre varias posibilidades de acción o los medios para conseguirlo, se propone un fin concreto, analiza y valora los pros y los contras, juzga, si le conviene o no, es incluso capaz de prever con anticipación las posibles consecuencias o resultados, etc. En conclusión, cuando una persona actúa racionalmente y lo hace, además, libremente, es por ello que podemos aplicarle valores morales a su acción (generoso o egoísta, justo o injusto, etc.).

Dado que las personas no viven aisladas, sino que son ciudadanos de una comunidad, no sólo son responsables de sus propios actos y para consigo mismos sino, también, de su repercusión en las personas con las que convivo. Por ello, la moralidad tiene también una dimensión social.

Nacemos en una sociedad que posee una serie de normas, creencias, ideas, valores, prohibiciones, pautas de conducta, etc. que caracterizan su forma de vida. Nuestras acciones morales se dan en sociedad, en nuestra convivencia con los demás, quienes las aprueban o las rechazan en función de estas normas y valores válidos para todos. Por ello, el ser humano necesita convivir con los demás para desarrollarse como ser moral. No obstante, como ya hemos dicho, el individuo debe interiorizarlas, es decir, debe reconocerlas como suyas, no como algo impuesto desde fuera, de modo que las cumpla de modo libre, conscientemente y habiéndolas pensado racionalmente.

Nos encontramos, en conclusión que, a diferencia de los animales que se rigen por unas pautas instintivas que no les permiten elegir su modo de actuar, el ser humano, por el contrario tiene libertad de acción, esto es, puede elegir y decidir por propia voluntad, cómo actuar. Esta libertad no es total, está condicionada por su naturaleza genética y por el medio sociocultural, la época y el lugar en el que vive. Pero aún así, le queda bastante libertad para decidir racionalmente cómo actuar, lo cual, le convierte en responsable moral de sus actos.

Finalmente, decía el filósofo griego Aristóteles que "la virtud moral es un hábito" ¿qué quería decir?. Veamos, un hábito es un comportamiento que se repite, una forma de actuar estable. Según Aristóteles, "un solo acto no hace a uno virtuoso", es decir, una persona no se convierte en generosa porque un día dé limosna a un necesitado o sincera porque un día dijo la verdad. Por el contrario, la virtud moral hay que conquistarla en el día a día, habituándose a actuar bien, repitiendo actos generosos o sinceros y es, este hábito, lo que me convierte en una persona buena, sincera, honrada, etc.

Pero esta actitud permanente a actuar bien no es fácil de conseguir, requiere: conocer lo que se debe hacer, y tener voluntad para hacerlo. A lo primero te va a ayudar la Ética, lo segundo, lo tendrás que poner tú.

El desarrollo moral según Kohlberg




El psicólogo Lawrence Kohlberg, situado dentro de los convencionalistas, describió muy bien este desarrollo moral de la conciencia, a través de tres niveles, dentro de cada uno de los cuales se diferencian dos etapas sucesivas, en total seis etapas que describimos a continuación:

1.ª etapa:
(infancia)
El niño pequeño está regido una moral heterónoma que le viene impuesta desde fuera, es decir, su obediencia a las normas se rige por la consideración de las consecuencias: el premio o el castigo que sus actos pueden tener. Las normas son impuestas desde fuera (heteronomía).
2.ª etapa:
(infancia)
El niño desea obtener aquello que quiere de modo que respeta las normas impuestas, si bien, para obtener lo que le interesa, esta actitud se podría resumir en la fórmula "te doy para que me des". El niño es, pues, egocéntrico e individualista.
3.ª etapa:
(adolescencia)
En esta etapa, el adolescente empieza a reconocer que "lo bueno" o "lo justo" es aquello que asegura la supervivencia del grupo, por lo que el adolescente se empieza a identificar con los "intereses de todos" (va abandonando su individualismo). Su moral sigue siendo heterónoma, ya que acepta las normas del grupo social (de la familia o grupo de amigos, etc.), buscando la aprobación, ser aceptado y valorado por grupo.
4.ª etapa:
(adolescencia)
Es una ampliación de la anterior etapa. Las normas que cumplía para "ser aprobado" por el grupo social, ahora él las considera un deber ineludible, ya que habría consecuencias catastróficas si nadie las cumpliera. Aparece así, la "conciencia del deber" y considera un deber mantener el sistema social.
5.ª etapa:
(juventud)
La conciencia empieza a regirse por una moral autónoma. Las decisiones morales adoptadas de forma autónoma, se generan teniendo en cuenta los derechos, valores y normas que se consideran universalmente aceptables (como la igualdad, la justicia), teniendo en cuenta la utilidad que tienen para la sociedad concreta en que vive, la conciencia moral se rige por el lema "el mayor bien para el mayor número". Se trata de un individuo que ha alcanzado una madurez psicológica y que, de forma libre y racional, elige valores y derechos comprometidos socialmente.
6.ª etapa:
(adulto)
El individuo se rige por principios éticos universales, los que toda la humanidad aprobaría. Las leyes particulares de cada sociedad (etapa 5) y las decisiones individuales de la persona, se guían ya en esta etapa por principios éticos universales como la igualdad de derechos, la justicia, las libertades básicas (aquéllas señaladas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos), y el respeto a la dignidad de los seres humanos. En esta etapa, el individuo considera los principios morales, como los más importantes, por lo que juzga las leyes jurídicas y las costumbres sociales según su grado de cumplimiento de los principios éticos, y no al revés.

Problematización moral





La construcción de la personalidad moral depende del tipo de experiencias que el medio es capaz de proporcionar. En primer lugar, el entorno sociocultural suministra a cada sujeto unos contenidos que, de manera informal y escasamente consciente, van troquelando su personalidad, la van socializando. Las formas de vida, los hábitos sociales y los valores morales implícitos son sus principales contenidos. 

Pero junto a esos elementos de adaptación social, los individuos suelen plantearse también problemas en relación a su contenido. Son capaces de romper la adaptación que logran los mecanismos socializadores: usan, pues, sus capacidades críticas. En estos casos estamos ante experiencias de problematización moral que son precisamente las que desencadenan procesos conscientes, voluntarios y autónomos de construcción de la personalidad moral. Por lo tanto, un paso esencial en la construcción de la personalidad moral es contar con situaciones de controversia o de conflicto moral. 

Enfrentarse a tales situaciones es lo que permite realmente la construcción de la personalidad moral. Pero, ¿a qué nos referimos al hablar de situaciones de conflicto moral? En realidad, a muy distintos tipos de experiencia que problematizan algún aspecto adquirido por socialización. Se rompe el equilibrio y el sujeto queda en una situación de crisis que deberá resolver elaborando o reelaborando alguna solución.

Respecto a este primer elemento del proceso de construcción de la personalidad moral, las capacidades críticas se expresan percibiendo un problema moral genuino donde antes no se veía. La crítica se manifiesta aquí como capacidad para tematizar (percibir y reconocer) un conflicto de valores que con anterioridad no era normal advertir pese a que ya existía.

En el ámbito de la moral y en otros muchos se da este proceso de problematizar un aspecto de la realidad que los puntos de vista imperantes no entienden todavía como un problema digno de ser considerado. Es evidente que la construcción de la personalidad moral precisa de esta disposición crítica, a saber: sensibilidad, clarividencia y valentía para ver una situación controvertida o injusta allí donde tal situación todavía es considerada como no problemática.

Manifestar esta capacidad crítica depende de algunos factores que, a grandes rasgos, vamos a intentar analizar. Dicho de otra forma, la percepción de una problemática moral depende fundamentalmente de los siguientes factores: la experiencia, la sensibilidad y el diálogo (en tanto que intercambio de vivencias y argumentos). La capacidad para tematizar un problema moral está en función, ante todo, de la experiencia o intervención directa en relación a la situación problematizada. 

En realidad, con eso queremos expresar una idea muy común: se comprende mejor aquello que se ve con los propios ojos, se comprende mejor cuando se participa directamente, se comprende todavía mejor cuando se vive en persona aquello que se problematiza. A menudo una situación o realidad que encierra un problema o una injusticia evidente no se desvela como tal a los ojos de un sujeto o de un grupo social, porque no tiene experiencia mínimamente directa de tal situación. 

En segundo lugar, tematizar un hecho o una situación como conflictiva o injusta depende, en gran medida, de la sensibilidad moral del sujeto que la observa. La apertura emotiva, el sentirse concernido o el no sentirse personalmente atacado por la situación observada, es otra de las condiciones claves para detectar un nuevo problema. La capacidad de sentir sin racionalizar, de captar el dolor sin culpar o sin autojustificarse, son condiciones claves en la construcción de la personalidad moral. Respecto a este punto merecen especial atención los trabajos sobre el desarrollo moral femenino, en tanto que línea mejor dispuesta para reconocer los problemas por la vía de la sensibilidad y para tratarlos por la vía del cuidado. 

Finalmente, la tematización moral depende también de la calidad del diálogo que se es capaz de establecer con los implicados. Se trata, por encima de todo, de descubrirse, de explorarse, de ver las razones que hacen aceptable la perspectiva de los demás y de dudar de las propias razones; en definitiva, a través del diálogo se percibe de verdad a los demás y se duda de las propias perspectivas.

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